22 de Diciembre.
Llueve. El cielo está gris, hay niebla y no se oye nada, nada se mueve.
No hay viento, los árboles están en su posición habitual. Cada hoja en su postura, cada rama en su posición.
A las 16:59, el mundo está en silencio. Justo lo que necesitaba ese día, un poco de tranquilidad.
En un intento de poder mojarse la cara, abre la ventana, con un poco de suerte la lluvia alcanzaría sus mejillas. Pero se le olvidaba que encima de su ventana un pequeño toldo sobresalía, impidiendo, así, que la lluvia mojase las ventanas.
Al sacar la cabeza notó la ligera brisa en su cara. Iba en tirantes y aún así la piel no se le erizó. Era un frío relajante, húmedo.
Por un instante le dio la impresión de que no había nadie en el mundo, que estaba sola.
Pero en la casa de enfrente una señora recogía la cocina, deseando acabar cuanto antes para poder sentarse en el sofá y olvidar que a nadie le importa su estado de ánimo.
En la casa que está un poco más a la derecha, parece que hasta el polvo tiene ganas de hablar. Hace tanto tiempo que nadie la pisa… y al lado, dos perros juegan dentro de casa.
Más abajo una mujer intenta hacer dormir a su hijo. Le tiene en brazos y se pasea por la habitación haciendo unos extraños ruidos intentando distraer al bebé. Pero algo aún más extraño pasa por su mente. No es feliz. Mira a su hijo y parece que le esté dando las gracias, es lo único que le hace mantenerse en pie día a día.
En la esquina de enfrente, una niña se moja. Está sentada, apoyada en la pared, completamente empapada. No quiere ir a casa. Si va, le espera la misma horrorosa e inhumana rutina de siempre, que lleva soportando más de 4 meses y que le aterroriza cada día más. Demasiada responsabilidad sobre su espalda para una niña de tan solo 16 años.
En un portal, unos labios notan el calor de otros, por primera vez. El momento más esperado de los últimos 3 meses. Ni la lluvia parece que vaya a estropear el momento perfecto de estas dos personas.
En el autobús, un hombre piensa en como le explicará a su mujer que le acaban de despedir. Pero lo que más le duele es no poder comprarle a su hijo la bici que había pedido para reyes o la muñeca que había pedido su niña… y en la casa de detrás, una mujer espera con ansias que llegue su marido que está en el autobús volviendo del trabajo.
Y todo esto está pasando a la vez, en el mismo instante. Mientras ella solo intenta que una insignificante gota de lluvia moje su cara, toda esa gente y millones más están preocupados en como sobrevivir en esta mierda de mundo.
Plop. Justo en la nariz. La gota empieza a deslizar-se lentamente por su pequeña, roja y fría naricita, hasta llegar a los labios y humedecerlos en su totalidad. En este instante, se le erizó la piel y no del frío.
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